Comunicación, arte y cultura en la era digital

 

La obra de arte reproducida se convierte, en medida siempre creciente, en reproducción de una obra artística dispuesta para ser reproducida. De la placa fotográ!ca, por ejemplo, son posibles muchas copias; preguntarse por la copia auténtica no tendría sentido alguno. Pero en el mismo instante en que la norma de la autenticidad fracasa en la producción artística, se trastorna la función íntegra del arte. En lugar de su fundamentación en un ritual aparece su fundamentación en una praxis distinta, a saber, en la política. Walter Benjamin. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.


 La década de los 90 encuentra a los movimientos sociales y políticos en un proceso de recuperación de sus derechos luego de la devastación provocada por las políticas neoliberales y las secuelas de la prolongada dictadura militar. Los últimos 20 años están marcados por fuertes cambios políticos que tienen una gran repercusión en el terreno de la cultura en general y del arte en particular. En éste contexto histórico reciente, la crisis social y política del año 2001 marca un antes y un después en diversas prácticas políticas y militantes, la sociedad se expresa por medio de formas inéditas y tradicionales de protesta. Dentro de este amplio espectro emergen numerosos grupos de intervención cultural asociados a la gestación de nuevos imaginarios sociales del arte y la política (Bustos: 2006); así como se desenvuelven proyectos comunicacionales (TV y radio por internet, agencias de comunicación alternativa), artísticos (teatro, documental político, fotografía, plástica), de intervención callejera (esténcil, afiches, gráfica), formando parte y/o acompañando a los movimientos sociales (Lago Martínez, et. al.: 2009). Sus antecedentes se remontan a las movilizaciones de los ’90 en Argentina, donde tuvo un gran protagonismo el movimiento de derechos humanos y se pusieron en práctica diversas estrategias que dieron cuenta de una nueva esfera pública.



La práctica de la intervención política en nuestro entorno reúne, con su propio lenguaje y forma de organización, algunas peculiaridades similares a las acciones de los movimientos de resistencia global desarrolladas en la primera década del 2000 (Lago Martínez, et. al.: 2006). De tal forma que es posible advertir que las tendencias de la intervención política y la protesta social en nuestro medio y para el período señalado, si bien no son idénticas, reflejan varias coincidencias con las observadas en el proceso global. En primer lugar, se enlazan las acciones y producciones del ciberespacio con las desarrolladas en el territorio físico dando lugar a una nueva territorialidad. En segundo lugar es necesario destacar las formas organizativas basadas en redes y en el trabajo colectivo y promoción de la libre circulación y apropiación de los bienes culturales. Finalmente, se detecta una novedosa estética de la protesta y la integración entre comunicación e imagen en expresiones escritas visuales, audiovisuales y gestuales propias de la cultura digital.



  Una de las manifestaciones significativas de los últimos años es el salto tecnológico y las formas de apropiación de los recursos digitales para la actividad política. A principios de la década las herramientas más utilizadas por movimientos y colectivos sociales y políticos eran el correo electrónico, las listas de distribución, blogs y páginas web, mientras que en la actualidad los grupos cuentan con laboratorios equipados y portales donde se integran imagen, sonido y texto, e incluso en los proyectos de televisión por internet montan estudios, transmiten en vivo, retransmiten acontecimientos ocurridos en otros sitios del planeta y generan diversos programas. El correo electrónico fue sustituido en gran medida por las redes sociales (Facebook, Twitter y otras) que permiten inmediatez en la difusión y debates online, así como también la utilización de YouTube que ofrece una enorme distribución. Mientras que las formas de acceso a la red ya no son solamente desde una computadora sino también, y de forma creciente, desde teléfonos celulares inteligentes.



Si bien las identidades y roles sociales estrechamente relacionados al lugar físico se redefinen, la aspiración a la ocupación del espacio y el manejo del tiempo por parte de los movimientos contrahegemónicos no es un fenómeno totalmente nuevo. David Harvey señala que históricamente “la capacidad de influir en la producción del espacio constituye un medio importante para acrecentar el poder social” (Harvey, 2004: 251).
 En el transcurso de la década los colectivos que desarrollan proyectos culturales en el ámbito audiovisual se fueron consolidando o reuniendo en nuevos grupos. Sus identidades se definen desde distintas posiciones políticas e ideológicas y a partir de estrategias comunicacionales, sus formas de intervención militante van desde la política partidaria hasta la militancia social independiente, formando parte y/o apoyando con su actividad a los movimientos sociales. En su mayoría vienen de alguna experiencia de militancia política previa y la revuelta popular de 2001 les ofreció un campo experimental para su propia consolidación, la conformación de múltiples redes y el desarrollo de nuevas estrategias de confrontación



Es evidente que la transición de la sociedad contemporánea está en marcha, pero resulta difícil dilucidar si la cultura digital emergente cuenta con valores específicos que le son propios o simplemente forman parte del “ambiente” del siglo XXI. Lo que sí es indudable es que el (los) mundo(s) de la comunicación y la cultura sufren enormes transformaciones. La horizontalidad actual de la dinámica comunicacional y cultural se hace notoria en el fenómeno analizado con el surgimiento de infinidad de productores, de realizadores, de periodistas, etc.. Los contenidos se juzgan en tiempo real y ya no existe un monopolio absoluto de las industrias culturales y de los medios masivos. Las fuerzas sociales se enfrentan cotidianamente a las formas de control del flujo de la información, circulación y producción artística y cultural. Las relaciones de poder que expresan pueden parecer osadías de corto alcance que corresponden a grupos reducidos en la sociedad, sin embargo ésta lucha permanente inquieta a gobiernos e industrias de la cultura que deben reforzar controles y repensar estrategias

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